LEAH Y YO

mis demonios, mis furias, mis tristezas, mis miedos, mis risas, mis sueños, mis realidades, mis pocos amores y mis muchos desamores...

martes, setiembre 26, 2006

CRÓNICA: Mas allá de la nariz roja

Es un personaje de moda: tiene un programa en la radio, estrena obras de teatro cómico que juegan con la improvisación y el claun y hasta hay blogs en Internet que hablan sobre él. Carlos Carlín parece estar en su mejor momento. Los Pataclaun lo lanzaron a escala nacional, pero él ha decido relanzarse dejando atrás cualquier personaje.

Su nombre es una ironía. A nadie se le ocurriría ponerle a un hijo Carlos si el apellido que tendrá será Carlín. "Es como si te llamaras Luis Luisín. Sí pues, mis viejos se pasaron en eso. Y no eres la primera persona que me pregunta si es mi nombre artístico", me dice sin reírse y aceptando que le diga para siempre Carlín y nunca Carlos. Parece que todo se hubiera dado para que el chico de Barranco se convierta en el actor cómico que es hoy. Nada más lejano de la realidad: su educación fue mas bien tradicional y en su familia no estaban esperando precisamente a un Pataclaun. Sospecho que su madre sintió ilusión cuando Carlos pensaba en estudiar derecho o psicología. Tal vez él tampoco esperó convertirse en Tony o conducir un espacio de humor político los sábados por la noche. Todo ha sido una secuencia de pasos desordenados.

Carlín tiene look de virrey moderno, el pelo largo a lo jota de bastos apoya esa tesis. El polo de manga larga debajo del de manga corta, siempre a rayas o bolas y rara vez de un solo color. Pueden ser los Power Rangers o un estampado de flores, siempre fashion descuidado, pinta de payaso coqueto. Las zapatillas son su último refugio cuando la formalidad lo ataca. Un buen pantalón de sastre y un saco no matan pero los zapatos de vestir sí. Los lentes oscuros de estrella de rock son un parapeto necesario y su morral tipo cartera, un accesorio útil. En su cara no hay contradicciones: pelo lacio negro y largo, ojos marrones chiquitos pero bien definidos, piel blanca (tirando hacia el rosado), sombra de barba, nariz delgada -ligeramente aguileña pero sin salirse de la estética - y cejas de esas que enmarcan, que te dejan sin interrogantes. Todo es transparente cuando lo miras a los ojos. Se te presenta como un niño de 35 años: inteligente, inseguro, sincero y negado para la computación.

Desde que estaba en el colegio San Luis de Barranco, colegio tradicional de los hermanos maristas, Carlín buscaba acercarse a las tablas: "Comencé en el año 92, en un taller de teatro con Roberto Ángeles y debuté con Metamorfosis, de Kafka, en el teatro Británico y de ahí hice una serie de obras de teatro". Dice que no era lorna, le creemos pero con ceja levantada. Estaba más cerca de eso que de ser vivo, confiesa. El teatro le servía para evadir ciertas clases y de paso para afianzarse en lo que es su vida: la actuación. Su paso por la tele empezó mucho antes de Pataclaun. Los de arriba y los de abajo, novela exitosa de inicios de los 90s, fue su primera aparición. El pertenecer a una producción integrada en su mayoría por actores de teatro lo animó. "El tiempo de las novelas fue necesario", dice sin añoranzas. Algunos de sus papeles como actor serio son un recuerdo gracioso de esa época. Lo recordamos en Tribus de la Calle, fallida novela sobre barras bravas, haciendo de periodista sin escrúpulos, un papel antagónico que no registra en su autobiografía. De ahí al claun había un pequeño paso.

Es cierto que desde que se puso la nariz roja todo cambió. Pero tampoco es que tenga el disfraz de claun debajo de la ropa. "No, no estoy solo en mi casa viendo televisión haciendo muecas, ni estaría tomando un trago con mis amigos haciendo muecas…pero el humor sí es muy importante para mí", sentencia para que no quede duda de que Tony no es Carlos Carlín. Aunque pueden ser hermanos y en algunos casos hasta gemelos. Porque, aunque no lo admita tan fácilmente, es de los que se preocupa si le dices que ha subido de peso; te pregunta disimuladamente cuántos años tienes y se siente un poco viejo; asegura que está a dieta, mientras se desayuna sin remordimientos una bolsa de Cheese Trees. Tony, el personaje que lo hizo famoso en Pataclaun, es un reflejo de algunos lados de Carlos, elevados al cuadrado al cubo y al cuadrado de nuevo, pero reflejo al fin. Y le sirvió perfectamente para burlarse de si mismo, único deporte que práctica con disciplina.

Del claun a la radio no hubo mucho cambio. El Carlín más irónico y descreído encontró su lugar junto a Johanna San Miguel, compañera de Pataclaun, en un programa que se alimenta de las ingenuidades y tonterías de la sociedad limeña. Ahora, la radio no era un mundo desconocido para él, mas bien nosotros lo desconocíamos en esta faceta. Su voz, su forma de pronunciar todas las letras de las palabras, su entonación pausada y rítmica, y su timbre grave han estado en el dial más tiempo del que creemos. Y es que una de las actividades que paran la olla del actor es la locución de comerciales en radio y también en televisión. Es uno de los locutores más cotizados en el mercado y su voz está en los productos más variados, desde Interbank hasta universidades. "Llegué a la locución porque no pude doblar un comercial que yo mismo actúe, eso me enfureció y me reté a solucionarlo. Sin querer queriendo ahora es una de mis actividades más regulares." Una actividad por la que no lo reconocen en la calle.

Su paso por el programa político Dos dedos de frente le permitió descubrir un lado más analítico, un acercamiento al humor político que ya había ensayado en el programa El cuarto de Juan. Hizo entrevistas a los candidatos al congreso y ganó fama de temible entre los políticos. Keiko Sofía Fujimori nunca quiso ser entrevistada por él y a Gaby Pérez Del Solar hubo que prometerle que Carlín se había tranquilizado. Y es que la entrevista que le hizo a Alfredo Gonzáles, que empezó con oink oink oink, fue para algunos un exceso de irreverencia. Detrás de cámaras Carlín resulta ser mucho más cándido. Se sorprende con las revelaciones periodísticas sobre tal o cual personaje o las intenciones ocultas tras una declaración. Se ríe si le comentas la última del cholo Toledo y se maravilla con los vestidos de Eliane Karp. En el set de Dos dedos el actor cómico adoptó un nuevo papel y lo hizo con solvencia. Hasta lo tentaron desde La ventana indiscreta y todo. Parece que Carlín es naturalmente exitoso. Un rey Midas del teatro, omnipresente en la radio. Pero el éxito en este país es tan veloz que para mantenerlo parece que todo fuera una cuestión de actitud, una especie de créete famoso y lo serás. Y claro el éxito viene acompañado de los fans. Esos que se instalan en la puerta de los canales para interceptar a cualquiera que salga y pedirle, exigirle, un autógrafo. En la puerta del canal 2, donde trabajó hasta hace poco más de un mes, siempre lo esperaban unas cuatro o cinco personas, casi siempre las mismas, para saludarlo y expresarle su cariño. Uno de esos viernes sus fans decidieron acercarse a su auto cuando llegaba. El grupo había aumentado y le impedían abrir la puerta para bajar. Los nuevos fans comenzaron a golpear las lunas para llamar su atención, pedían un autógrafo, una foto, "un saludo pues chocherita". De entre todas las personas Carlín notó a una señora, desdentada y con cara de pocos amigos según él, que blandía un papel en la mano y gritaba "un autógrafo pe" al tiempo que preguntaba a los demás: ¿este quién es? Esa es la fama en el Perú. Salir o llegar a un canal de televisión basta. Ahora, el éxito debe ser otra cosa: "El éxito es vivir cómodamente de lo que me gusta y divertirme. Si es así, entonces soy exitoso. Aunque pueda haber gente que me considere un pobre imbécil."

Fue justamente en ese canal y en ese programa donde lo conocí. Descubrí que ama los dibujos animados, que lo deportaron de Japón en Año Nuevo porque solo tenía cien dólares en el bolsillo, que no sabe cómo usar una computadora si no le dejas la ventana de Word abierta. Lo vi concentrado con Rosana Cueva, la productora, escribiendo sus textos. Lo escuché cantarme una canción con mi nombre al llegar a la oficina. Lo descubrí ojeando el rating de su secuencia. Me reí con él cuando corría por los pasillos con el pantalón casi en las rodillas rogando por una impresora. En unos meses de trabajo empecé a considerar que tal vez Carlos Carlín no era Tony de Pataclaun. Y que era capaz de bromear con las cosas que los periodistas de peso no querían tocar. Y me enteré de que su padre murió cuando él tenía trece años y que se siente muy parecido a él. Y pude pensar en lo poco que conocemos a la gente más conocida de la pantalla.

ESCENA: Noche de karaoke (o qué mala soy poniendo titulares)

A las dos de la madrugada en el Music World de la veintitrés de la Aviación, el mozo ya perdió la cuenta de las jarras de chela que ha llevado a la mesa siete. La chica de la mesa tres ha decidido cantar una de Pandora, aunque su novio proteste. Ya casi nadie aplaude las frases entonadas y llenas de emoción del señor que está sentado solo en la mesita sin número. Este karaoke es un mundo angosto y oscuro donde la catarsis cuesta veinticinco soles, consumo mínimo que incluye una jarra de cerveza o sangría. Pero a las dos de la madrugada los cuatro patas de la mesa siete no piensan en cuánto cuesta la chela, han tomado lo suficiente como para pedir las canciones más exigentes y llamar la atención. Y en verdad soy un payaso, pero qué le voy a hacer si uno no es lo que quiere sino lo que puede ser…le canta el más gordito de los cuatro a la chica que está sentada sola en la mesa de al lado. No ha terminado el payaso de representar, muy mal por cierto, a un José José rechoncho y desacompasado, cuando en la mesa de al lado la chica ya no está sola.

Un par de miradas de macho furibundo, un disculpa compadrito y las cosas parecen estar en calma entre las mesas seis y siete. La chica que no estaba sola se esmera en ser cariñosa y hasta decide cantarle al oído a su acompañante: pasarán más de mil años…muchos más, pero no pasan ni cinco minutos y los coqueteos con los vecinos de mesa continúan. El mozo piensa que en cualquier momento va presenciar una pelea, mira de reojo al administrador que no parece hacerle mucho caso y decide pararse más cerca de las mesas conflictivas. Los cuatros patas cantan cada vez más fuerte y no dejan de invocar a José José, patrono de los despechados que ahogan sus penas en alcohol. Hay un breve intercambio de palabras entre las mesas belicosas cuando el más gordito de los borrachos de la siete le dice a su vecina: qué triste fue decirnos adiós, cuando nos adorábamos más... Y ahora si se para el acompañante y les pone la señal de pare, al gordito y a los otros tres también y a todos los que quieran cruzarse en su camino. Esta vez el mozo interviene y propone que se sienten, se calmen y que ya viene la próxima canción. Aplausos para la mesa cinco y seguimos con la mesa seis! La mesa seis se ha fusionado con la siete. Sin que nadie lo advierta los cuatro borrachos se han acoplado a la pareja. El más gordito ahora le canta a la chica al oído, ya sin vergüenza, y pueden pasar mil años porque la cerveza no se acaba y José José no se cansa de cantar sus desamores. El acompañante cambia la cara de macho furibundo por una de resignación, abraza al más flaco de los borrachos de la mesa siete y brinda porque usted abusó, sacó provecho de mi…abusó.

miércoles, setiembre 06, 2006

OPINIÓN: El espejo de la verdad

El jueves pasado fue la presentación del gabinete Del Castillo. Los titulares del viernes comentaron la cantada aprobación y algunos puntos del discurso del Presidente del Consejo de Ministros. Pero, pese a que hoy se cumple el tercer aniversario de la presentación del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), el silencio sigue siendo la respuesta para las víctimas de la violencia en el Perú. Un silencio que se redactó en varios párrafos del discurso inaugural del presidente García; silencio a gusto de lo que conviene a la clase política; silencio en casi todos los medios de comunicación porque estamos en el Perú: ningún dominical dedicó siquiera un texto en cámara al asunto

El flamante Premier anunció que "ha llegado el momento de actuar con mayor decisión para avanzar en el cumplimiento de las recomendaciones”, dando un aislado signo de apoyo a la CVR. Sin embargo, la promesa de agilizar la entrega de 15 millones de soles al Plan Integral de Reparaciones, resulta insuficiente para un tema que ha dividido al país. El reconocimiento o la subsanación moral parecen no estar en la agenda del gobierno. A pesar de que son estas las medidas que más se necesitan en aras de producir una verdadera reconciliación.

El presidente y sus ministros harían bien – cuando de hablar de las reparaciones y la traumática violencia política que vivimos se trate – en poner igual énfasis en pedir perdón por los excesos perpetrados entre 1985 y 1990, que en reclamar valores en la sociedad. Para que eso ocurra, el vicepresidente Luis Giampietri tendría que reconocer ante el pueblo peruano su responsabilidad en la matanza del Frontón y asumirla ante el Tribunal que sigue investigando el caso. Cosas que hasta ahora no ha hecho. Y si a eso agregamos que el mismo Giampietri confesó, que la decisión de debelar el motín de 1986, “como sea” fue impartida por el presidente García. Es comprensible entender por qué al actual gobierno le cuesta tanto mirarse en el espejo de la verdad.